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TEXTOS CRÍTICOS

LA PALABRA EXPANDIDA

Por Cecilia Tello D'Elia

Montevideo - 2021

 

El sentido puede producirse por el uso de las palabras, su sonoridad y composición. Un sentido que se genera a partir de lo que ellas muestran y, también, ocultan.

 

La obra de Javier Pi hace implosionar el lenguaje para que las palabras busquen, fuera de lo conocido, nuevas imágenes, texturas, colores. Precisamente, el rompimiento de la palabra es la impronta de su trabajo.

 

En una atmósfera íntima, Javier va construyendo con pintura y elementos. Los superpone, los direcciona, los tapa, los oculta. De este proceso resultan diferentes texturas, volúmenes y composiciones. Así, el todo se presenta como una sola pieza visual pero cargada de temporalidades. Basta que el ojo se detenga en algún vértice para ver todas las capas suspendidas, quietas pero acumuladas. Provoca la sensación de que esos elementos se han cansado de estar tanto tiempo ahí, esperando. Un deterioro de la materia incontrolable por el humano, y a disposición del tic tac universal.

 

El crítico de arte John Berger decía que el rasgo distintivo de las imágenes es su silencio, no por vacío de información, sino por el contrario. Es como abrir la puerta del sótano de una fábrica y ver muchísimo movimiento de la maquinaria andando en simultáneo. Ante eso, el que observa calla y especta. Y este silencio, dado por el movimiento en simultáneo, sucede en un mismo tiempo cero.

 

Estas son las dos temporalidades que aparecen en la obra de Javier Pi: un tiempo cero donde el ojo recorre milímetro por milímetro describiendo visualmente lo desconocido, y tiempos superpuestos pasados acumulados en capas matéricas.

 

Cada temporalidad tiene su sonido. Los tiempos superpuestos transcurren durante el proceso creativo; son como ruidos, polución, excesos. Sin embargo, cuando se llega a la síntesis final, los sonidos se orquestan de manera tal que producen el silencio sin tiempo en quien observa.

 

En la historia del arte, el informalismo nos mostró la inversión del orden en el proceso creativo. La academia marcaba que primero se necesita el disegno, es decir el boceto lineal, para luego enfrentarse a los materiales. Así, los materiales eran controlados por el intelecto del artista. Posteriormente, el informalismo de la segunda posguerra nos dijo: “ya quedó demostrado que el humano con su control racional ha destruido al mundo”.

 

Así que partamos de lo incontrolable, empecemos por la materia.

 

La materia se transforma en gestos o en estados de ánimo no controlados. Se olvida de la estructura acordada en la relación significado-significante. La materia no representa algo que está en otro lugar. La materia se presenta.

 

La subjetividad individual del artista quedó mezclada en la pieza, se siente la mano invisible que dispuso pero que ya no es suya, ya no la controla, y no le pertenece.

 

Le pertenece a quien la mira, a quien se sumerge en esta pausa estática, quieta y silenciosa, que recorre las texturas, los colores y las formas, logrando también olvidarse de sí mismo. 

 

La obra de Pi es compleja y sintética a la vez. Crea atmósferas en un paréntesis cargado de sentido que prescinde de la obviedad de la palabra, para recorrer, descansar y habitar con la mirada.

 

Cecilia Tello D'Elia

Licenciada en Historia del Arte (graduada con honores) por la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina). Especialista en producción de textos y difusión mediática de las artes por la Universidad Nacional de las Artes (Buenos Aires, Argentina), como becaria del Fondo Nacional de las Artes de Argentina. Magíster en Ciencias Humanas opción Historia Rioplatense por la Universidad de la República (Montevideo, Uruguay), como becaria de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación de Uruguay.

 

UNA INVITACIÓN PURA, SENSUAL Y SENSITIVA

Por Irene Gelfman

Buenos Aires - 2021

 

Javier Pi es un artista que se presenta a sí mismo como un constructor de pinturas. Las superficies de su trabajo simulan percibirse sencillas en una primera instancia, casi monocromáticas, sin embargo a medida que nos acercamos a ellas y las contemplamos con la misma precisión con las que fueron pensadas y ejecutadas por el artista, se nos revelan las diferentes partes que conforman la obra: un conjunto de facturas y mezclas de materialidades.

A nivel receptivo, se convoca al espectador a ser partícipe de una contemplación activa en donde primará el goce estético; dejando siempre espacio para el silencio, la pausa y la reflexión. En esa suerte de estado zen o de búsqueda del nirvana, la dimensión formal adquiere un peso simbólico a partir de manifestar los detalles, materialidades y facturas diversas que caracterizan a todas sus obras.

En esa búsqueda de armonía y de belleza en la imperfección se evidencia la actitud de Javier frente a la pintura. El artista se concentra primero en los aspectos constitutivos de la pintura: la materia pictórica, sus texturas, el gesto mismo. La densidad, la superposición de capas de distintos materiales no connotan una forma definida, sino el espesor de la vivencia existencial por sí misma. El transcurrir de un tiempo poco preciso.

El siguiente paso de esta cadena productiva radica en la construcción de una realidad pictórica a partir de la inclusión de elementos extrapictóricos tales como materiales de construcción. Si bien estos elementos se alejan de la nobleza de la pintura, incorporados en la obra del artista, explotan una pluralidad de texturas y sentidos que se termina traduciendo en piezas únicas.

 

Hay un placer estético en la contemplación de sus obras acentuado por una sencillez aparente. Este instante visual se asemeja al acto de imaginar nuevas construcciones a partir de los vestigios de restos de edificios que ya no están. Ese momento donde las medianeras revelan a través de los materiales que forman patrones de colores y formas, mapas de vida, de momentos o de lugares. Por un breve instante, ese vacío que dejó la monumentalidad de estructuras derrumbadas puede ser completado con pasados y formas imaginarias.

Del mismo modo, la textura propia de sus cuadros recuerda a la epidermis, el órgano humano más grande, el órgano que interpela el sentido del tacto. Las obras de Javier nos convocan desde la visualidad pero la diversidad de sus texturas nos generan el deseo prohibido –casi pecaminoso– de querer tocar, de sentir sus perfectas imperfecciones, sus marcas y relieves, de palpar sus capas.

De esta forma, la noción de cuadro cambia en la obra de Javier Pi. De manera drástica, pretende provocar en el espectador impactos emocionales más que intelectuales. Invita a una contemplación honesta, pura, sensual y sensitiva. Lo matérico y gestual, el azar y la improvisación, y una base ideológica fuertemente vinculada con el existencialismo son claves de lectura para su obra.

Percibimos una pincelada densa y pastosa en la que se embarran los tonos terrosos –compuestos en muchas ocasiones por cemento, gesso, y enduído– y donde a veces se escapa un rojo o un negro que se superponen en distintas capas, realzándose en muchos tramos la mezcla de colores hallados en la base con los colores agregados en la superficie.

 

Es esta manera de trabajar la materialidad en capas lo que genera ese juego de texturas y relieves que nos da sensación de inestabilidad, de ebullición. El resultado: una obra aparentemente simple y sencilla, pero delicadamente compleja.

 

Irene Gelfman

Licenciada en Artes (UBA), crítica y curadora.

CONSTRUCCIONES DE UN OBRADOR
 

Por Victoria Villalba

Buenos Aires - 2021

La obra abstracta del artista uruguayo Javier Pi presenta una compleja red de fracturas, reparaciones y erosiones en su superficie, como una manera de ver el mundo y de encontrar belleza en la imperfección. 
 

Los japoneses crearon un término para nombrar esa belleza: wabi-sabi. Este concepto compuesto no tiene una traducción exacta en español, pero podríamos acercarnos a su significado, entendiendo que “wabi” es la elegante belleza de la humilde simplicidad, mientras que “sabi” es el paso del tiempo y el subsiguiente deterioro. 
 

A la indudable influencia oriental del wabi-sabi en las obras de Pi, se suma la repercusión del gran artista catalán Antonie Tàpies. 
 

Si tenemos en cuenta que “el cuadro, para Tàpies, es un activador de la contemplación, un instrumento para perturbar los hábitos perceptivos del espectador haciéndole partícipe de una realidad alternativa, oculta bajo la rutina y la alienación”*, podremos descubrir la potencia de cada obra de Pi para hablarnos sobre el paso del tiempo, el silencio y la armonía en la imperfección.
 

Podemos catalogar su arte como pintura matérica, donde los materiales “dejan de estar en función de una idea exterior a ellos mismos, para ser la idea en sí. No hay diferencia entre materia y forma, idea y lenguaje. (...) La pintura pasa de un lugar transparente, para convertirse en una superficie opaca, en un auténtico muro”**.
 

El excepcional corpus de obra de este artista contemporáneo uruguayo nos invita a encontrar la calma y la belleza en la historia de los materiales, objetos y superficies. Más que cuadros o pinturas, son construcciones y deconstrucciones donde podemos afirmarnos en la asimetría, aceptando que nada está terminado, nada dura para siempre, y nada es perfecto. 

 

Victoria Villalba

Editora (UBA). Directora de Catálogos para Artistas.


* Extracto de Tàpies, Grandes pintores del siglo XXI, Barcelona, Globus, 1995.
** Extracto de Fundació Antoni Tàpies, Barcelona, 2004.

 

 

 


 

"La obra de Pi es compleja y sintética a la vez. Crea atmósferas en un paréntesis cargado de sentido que prescinde de la obviedad de la palabra, para recorrer, descansar y habitar con la mirada".

"Las obras de Javier nos convocan desde la visualidad pero la diversidad de sus texturas nos generan el deseo prohibido –casi pecaminoso– de querer tocar, de sentir sus perfectas imperfecciones, sus marcas y relieves, de palpar sus capas".

"Más que cuadros o pinturas, son construcciones y deconstrucciones donde podemos afirmarnos en la asimetría, aceptando que nada está terminado, nada dura para siempre, y nada es perfecto".

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